
Es innegable que ya estamos viviendo la era de la Inteligencia Artificial. Lo que tantas películas presagiaban como un futuro incierto, hoy es el presente más rotundo, y con ella se instala el justificado debate sobre qué alcances tiene y cómo influye en nuestras vidas diarias.
Su aporte más indiscutible es el avance abismal en la investigación científica. Los progresos en genética, medicina y química, entre muchas otras donde la IA propicia una velocidad inusitada en el procesamiento de datos permiten su aplicación en el tratamiento de distintas enfermedades, salvando, extendiendo y mejorando la calidad de vidas humanas.
En tareas administrativas y comerciales, esta velocidad de procesamiento también marca una diferencia sustancial.
En otras áreas como la gestión y atención al público es donde los beneficios empiezan a tener que ver más con una reducción de costos laborales que con una mejora importante en la eficiencia de los servicios.
Pero hoy mismo la IA escribe cuentos, compone canciones y crea imágenes; y es en este punto donde deberíamos preguntarnos, ¡para qué buscamos afanosamente vivir más años y delegar trabajo rutinario para disponer de más tiempo ocioso si vamos a encargarle a un algoritmo las cosas que queríamos hacer en ese tiempo ganado?
Entonces estaríamos renunciando a lo más inherente a nuestra naturaleza humana: la creatividad. Y tan esencial esta es que sin ella sólo deambularíamos por las calles como engranajes de una máquina que nos despoja de nuestra condición. Y es más trágico si llegamos a esto solo por nuestra pereza mental, siendo conscientes que renunciamos al más preciado don que recibimos el del pensamiento y la sensibilidad que nos hace todos los días preguntarnos, conmovernos, sorprendernos y ser personas.
Sería muy alto el precio que pagamos para que una máquina lo haga por nosotros, dejando de ser dueños de una herramienta para transformarnos en sus esclavos.


El musical
En línea con las distopías de Bradbury en Fahrenheit 451 o Un mundo feliz de Huxley, la obra plantea un tiempo dominado por grandes corporaciones donde la música compuesta y ejecutada por humanos está prohibida permitiendo solo la producción de música programada por IA, manteniendo la uniformidad y el orden funcionales a sus intereses
Contra este régimen se rebela un grupo autodenominado Los Bohemios, que buscan recuperar los instrumentos prohibidos buscando información del pasado cuando las estrellas de la música eran personas, pero para ello deberán hallar al Soñador, que tiene la llave para liberarlos de la malvada Killer Queen.
La puesta incluye elementos de IA como personajes animados en 3D que interactúan con humanos, un robot no muy eficiente promovido a jefe de policía y escenografías virtuales junto a reminiscencias de un pasado más humano como las inolvidables canciones de Queen interpretadas en vivo por una banda de cinco músicos y un elenco de actores, cantantes y bailarines de primer nivel.
Esta puesta adaptada especialmente para colegios presenta versiones en inglés y en castellano, con funciones en teatros y actuaciones especiales en escuelas.
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