Revista Colegio

Las mejores propuestas educativas

La escuela de las cosas en clave HUMANA



COMPARTÍ EN REDES SOCIALES

Recuerdo con minucioso detalle el día que llegó a mi manos el ejemplar del libro “Un Giro Copernicano a la Educación” que coescribimos con Marcelo Rivera y Fabián Provenzano. Me cuesta encontrar las palabras adecuadas para describir las emociones vividas ese día, cuando lo toqué por primera vez, cuando lo olí, lo sentí: “la piel de gallina”, las lágrimas, el abrazo apretado con mi familia, la mirada orgullosa de mis hijos y de mi marido mientras juntos tocábamos el libro, porque cada uno de nosotros en ese círculo humano que se fundía en uno, habíamos sido parte de un proceso de largas horas de estudio, de investigación, de charlas y debates, de un gran esfuerzo, de nervios y dudas compartidos.

Ese libro, esa “cosa” encerraba un tesoro, que solo nosotros cuatro entendíamos y valorábamos, porque había parte de cada uno allí dentro de su tapa brillosa y sus coloridas ilustraciones.  Ese libro sólido tenía un enorme valor humano en su interior. No era solo el contenido, sino las historias detrás del encuentro entre los tres autores, la amistad de una vida entre Marcelo y Fabián y mi posterior incorporación – después de compartir un congreso en Salta, entre zambas y empanadas. Las anécdotas de Marcelo para conseguir los maravillosos dibujos donados por el genial Milo Locket y su club de la pintura.

Esta columna que hoy escribo mientras acaricio mi gata y escucho Mozart, o el querido libro Copernicano podrían haberlo escrito seguramente el chat GPT o alguna otra inteligencia artificial con alguna instrucción con cierta precisión, pero las anécdotas, el proceso de edición conjunto, las emociones vividas,  las dudas y la profunda satisfacción solo se obtienen producto del esfuerzo, la perseverancia, las ilusiones compartidas y el trabajo en equipo: todas acciones exclusivamente humanas (al menos por ahora).

Ese libro, “esa cosa”, con su historia, su aroma, y textura mientras roza mis dedos, cobra sentido y vida y dialoga con quien lo lee, en apasionante conversación entre dos almas que se encuentran en el profundo e infinito universo de las palabras.

“El orden terreno, el orden de la tierra, se compone de cosas que adquieren una forma duradera y crean un entorno estable donde habitar. Son esas cosas del mundo, en el sentido de Hannah Arendt, a las que corresponde la misión de estabilizar la vida humana. Ellas le dan sostén.” En palabras del genial filósofo Byung-Chul Han, en su libro NO-COSAS, en el mundo en el que vivimos, las cosas retroceden cada día más a un segundo plano y la consecuencia es la “infomanía”. La digitalización acaba con el paradigma de las cosas. Hoy nos estamos convirtiendo en meros actores o avatars que procesan información en un mundo digital.

En tiempos de metaverso y virtualidad, la escuela con su edificio, con sus paredes repletas de historias, sus docentes de carne y hueso, sus ambientes, sus libros, sus patios y jardines habitados por humanos que se relacionan, se miran, se abrazan, se dan la mano, se ayudan a levantar, saltan, juegan, ríen, lloran y transpiran, se torna más necesaria que nunca. Esa escuela humana llena de cosas que cobran sentido en contacto con los seres con los que interactúan, llena de aromas, sonidos, texturas, sabores y emociones que inundan sus rincones, le cuenta a cada alumno una historia que se entrelaza con aprendizajes y memorias compartidas que se llevarán por siempre en su mochila para la vida, brindándoles estabilidad y sostén.

Yuval Harari, en su libro 21 LECCIONES PARA EL SIGLO XXI, titula uno de sus capítulos “La Cosa está que arde” en el cual nos invita a pensar que a medida que la velocidad del cambio aumente, es probable que no solo mute la economía sino lo que significa “ser humano”.

En 1848 el Manifiesto comunista declaraba que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Sin embargo Marx y Engels pensaban principalmente en las estructuras sociales y económicas. Harari vaticina que hacia el año 2048, las estructuras físicas y cognitivas también se desvanecerán en el aire o en una nube de bits de datos.

Para sobrevivir y prosperar en un mundo cambiante, necesitaremos muchísima flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional, que solo pueden desarrollarse en una escuela en clave humana, mientras nos interrelacionamos y desafiamos hacia la autorrealización y la búsqueda de propósito personal, juntos.

En su libro, Harari recomienda al adolescente contemporáneo: “Para tener éxito deberás esforzarte mucho por conocer mejor que nadie tu sistema operativo. Para saber quién eres y qué quieres de la vida. El consejo “conócete a ti mismo, de filósofos y profetas, nunca fue más urgente que en el Siglo XXI”.

Vivimos en la época en la que los humanos seremos o quizás ya somos hackeados.  Hoy la escuela tiene la indelegable misión de convertirse en ese lugar en el cual los adultos acompañan a los alumnos en un camino hacia el profundo conocimiento de sí mismos, hacia la auto valía y la confianza en sí mismos y donde encuentren sus talentos y comiencen a desarrollarlos.

Esa escuela sólida de las cosas que cobran sentido mientras se entrelazan con vivencias humanas es la que les puede brindar el anclaje necesario y dotar de poder y libertad de elección a los alumnos que la habitan para vivir en plenitud en medio de la incertidumbre y la deshumanización.

Por María Belén González Milbrandt


COMPARTÍ EN REDES SOCIALES