Revista Colegio

Las mejores propuestas educativas

“Las escuelas necesitan un manifiesto” por Juan María Segura



COMPARTÍ EN REDES SOCIALES

‘Tus defectos como hijo son mi fracaso como padre’, se lamenta de rodillas el emperador Marco Aurelio frente a su hijo Cómodo, en uno de los momentos más intensos de la película Gladiador. Tal vez esta misma frase deberían decir muchas instituciones educativas a sus estudiantes. ‘Tus defectos como alumno son mi fracaso como escuela’. ¿Acaso no lo reconocen porque temen ser asfixiadas contra el pecho de aprendices rencorosos, como en la película, o simplemente porque no lo creen de tal manera?

Las escuelas se baten a duelo entre pasado y futuro. El pasado es tradición, herencia, experiencia, bustos de mármol y bronce, voces de expertos canosos que aparecen en los manuales con toda su ‘ciencia’, legado, complejidad regulatoria y reglamentaria que deviene en conservadurismo y corporativismo, y en burocratización de la enseñanza. El futuro, por el contrario, siempre es incertidumbre, creatividad, libertad, experimentación, emergentes de otras disciplinas, mezcla, movimiento, prueba y error, iteración y aprendizaje, sobre todo aprendizaje, nuevas alianzas, nuevos formatos. El futuro es una aventura de contornos borrosos con mucha adrenalina, mientras que el pasado es una suerte de ruta pavimentada circular, que cada ciclo nos encuentra repitiendo sin euforia la misma secuencia.

¿Qué es lo que debería hacer una institución educativa que, proviniendo de una tradición y campo de práctica de larga data, quisiese adaptarse a estos tiempos y ponerse a disposición de la época? ¿Cómo se resuelve la tensión entre continuar preservando versus volantear y adentrarse en la travesía de la innovación? ¿Por dónde se empieza?

Si lo que realmente se desea es comenzar a recorrer un nuevo camino que mire más hacia el futuro que al pasado, lo que sugiero es trabajar en la elaboración de un nuevo manifiesto institucional identitario. Un manifiesto es una declaración pública de principios e intenciones, una suerte de ideario pero con un lenguaje más coloquial. El manifiesto le habla a toda una comunidad, no solo a la comunidad interna de actores de la propia institución, y por ello su texto debe ser fluido, ameno, adecuadamente estructurado, progresivamente estimulante y relativamente breve.

En un manifiesto, las referencias temporales deben marcarse con claridad, haciendo distinguibles y separables pasado, presente y futuro. Dado que, como declaración pública, es un llamado a la acción colectiva, los adherentes deben poder distinguir con nitidez las anclas que se deben soltar, del pasado pero también del presente, y las herramientas con las que se invita a la nueva aventura.

El manifiesto tiene la capacidad latente de activar una revolución dentro de la propia institución. Es por ello que su redacción debe incorporar ingredientes de gritos de guerra que ericen la piel. El llamado a romper con el pasado y con la tradición, o al menos a abrazar lo nuevo, debe llegar cargado de épica y aventura. Si lo que se desea es invitar a toda la comunidad a presenciar y cooperar en una revolución institucional emancipatoria de las prácticas del pasado y de la propia tradición, entonces el grito de ‘¡a las armas!’ debe quedar expresado sin pudor.

Claro que tener un manifiesto con estas características es tan importante como producirlo. Construir un manifiesto es edificar un diálogo renovado, un acuerdo de prácticas que refresca y revitaliza, es elevar la vista y tomar distancia, con el fin de volver a la carga con un nuevo ímpetu. Por supuesto que ese diálogo no llega sin tensiones, conflictos y roces. Pero, como decía Steve Jobs, son los roces los que nos ponen a prueba y revelan nuestro verdadero color interior, nuestra sustancia. No hay que tener temor a los conflictos y roces que pueden aparecer durante un proceso de diálogo provocado alrededor de la redacción de un texto de esta naturaleza. Todos los manifiestos que finalmente vieron la luz, superaron con éxito las tensiones y los desacuerdos.

Los manifiestos son de gran utilidad si logran hacerse cuerpo en los integrantes de sus comunidades e instituciones, si sus principios rectores provocan conductas particulares. Trabajar en un proyecto identitario de tales características no solo clarifica los argumentos por los que se debe soltar un poco la mano al pasado, sino que también ayuda a tomar perspectiva respecto de la tecnología. No son las laptops, los smartphones, el metaverso ni chatGPT lo que nos provoca, sino la aventura humana de responder al llamado de crear colectivamente.

El espíritu colectivo, la capacidad cooperativa y la fuerza creativa pueden distender la tensión entre el pasado y el futuro que viven las escuelas, siempre que están adecuadamente guiadas por un manifiesto estimulante que anime a batallar y que afiance la identidad de sus actores. Seguramente en esas instituciones renovadas nuestros hijos se sentirán mucho más a gusto estudiando, aprendiendo y elucubrando sus proyectos de vida.

Juan María Segura

CEO & cofounder at circusedu.com.ar

President & cofounder at educacion137.org

www.juanmariasegura.net


COMPARTÍ EN REDES SOCIALES