Revista Colegio

Las mejores propuestas educativas

¿Crisis de pandemia o crisis de sentido y doble moral?



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Argentina y todos los países de la región han sido fuertemente impactados por la pandemia. Esa no es una novedad. Tampoco que ha tenido y tiene graves implicancias en la salud, la economía y la educación en todos los países del mundo y, sobre todo, en aquellos que menos recursos tienen. Todos los gobiernos del mundo han atravesado con dificultades este tiempo de incertidumbre y solamente muy pocos han gestionado con eficiencia el cierre de sus fronteras, el refuerzo del sistema de salud, la provisión de testeos rápidos y luego la compra en cantidad y calidad de vacunas necesarias para poner en marcha con eficiencia los operativos masivos de vacunación.


Pese a estar en un hemisferio que lee todos los días con el diario del lunes lo que sucede con la pandemia en el resto del mundo, nuestros funcionarios siguen enfocados en un absurdo enfrentamiento político, anteponiendo sus intereses electorales por sobre el bien común que los debería convocar: la salud de TODA la población de la Argentina y disminuir el impacto económico para que los índices de pobreza no sigan incrementándose.


Sin embargo, como extractado de un amarillento manual de historia, “unitarios” y “federales” suben al ring cotidianamente para librar una pelea de egos que desgasta a toda la sociedad y profundiza “la grieta”. Estas tensiones no le hacen bien a nuestra sociedad, al contrario.


Ante el aumento de casos en la zona “más caliente” de la Argentina (el AMBA, compuesto por el conurbano y la ciudad Autónoma de Buenos Aires), el presidente Alberto Fernández decidió detener la ansiada presencialidad en las aulas argumentando su decisión unilateral (tal cual su declaración) con frases infelices como: “el sistema de salud estaba relajado”; “los chicos con necesidades especiales no entienden la pandemia”; “los chicos en las escuelas se cambian los barbijos” o “se reúnen muchas madres en la puerta de los colegios”. Luego intentó una argumentación más consistente mostrando unas estadísticas que indican el evidente aumento de casos en la zona metropolitana denominada AMBA en el segmento de menor edad (0 a 19 años). El Ejecutivo nacional dictó la suspensión de clases presenciales por 15 días (hasta el 30 de abril, en principio), mientras el Jefe de Gobierno de la Ciudad acudía a la Corte Suprema para que ello no ocurriera en su jurisdicción autónoma.


El presidente ratificó el cierre de escuelas y su decisión comunicada por decreto. Luego explicó que los contagios se producen dentro y fuera de la escuela, como resultado de la movilidad social inherente a esa actividad, para finalmente justificarse con una curva que informa un dato muy importante (el crecimiento de casos de Covid en menores de 20 años, reflejo de la acelerada segunda ola), pero que no dice nada de aquello que es clave: la fuente de los contagios.


Con los datos a la vista, la opinión de los “expertos” y la experiencia urbana de este año de pandemia, se vuelve por lo menos aventurado afirmar que los contagios se dan necesariamente en la escuela o en la puerta de los colegios, por lo que considero una medida apresurada la medida del Gobierno nacional de suspender la presencialidad cuando no se atendieron otras prioridades como reforzar aún más el sistema sanitario, anunciar medidas apropiadas para el transporte público y medidas restrictivas relacionadas a manifestaciones multitudinarias, fiestas y toda aglomeración de personas que, sin protocolos, atente contra la situación sanitaria.


Roberto Debbag, vicepresidente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica, tuvo notoriedad en los medios de prensa y mostró cierta indignación por la lectura del Gobierno: “Si realmente tomaron la decisión de cerrar las escuelas basándose en un gráfico de aumento de casos es un gran error”. El médico explicó que: “el ambiente de la escuela es seguro. Y no solo eso: el beneficio que le reporta a los chicos y adolescentes es muchísimo mayor que aquel que pueda darle al resto de la sociedad el potencial cierre escolar”. Agregó que “el impacto en los chicos se da en todas las clases sociales y abarca desde la seguridad alimentaria hasta la seguridad contra abusos domésticos y la seguridad emocional. La escuela es un halo de protección para los más vulnerables”.


Desde otra perspectiva, Ángela Gentile (infectóloga pediátrica y una de las asesoras del Gobierno en la pandemia) aclaró que “la escuela es espejo de la comunidad. Pero, cumpliendo los protocolos, es un sitio seguro”. Y luego opinó: “Todo lo que sucede relacionado a la escuela se puede manejar”. Si falta control en el transporte, en la entrada o en la salida, hay que hacer un buen análisis de la situación y ajustar los controles. Eduquemos y demos un buen mensaje comunicacional. Las familias y la comunidad educativa entienden. Todos estamos preocupados y queremos salir de esta situación lo antes posible, pero el enfrentamiento por intereses políticos, el manejo de datos en forma mezquina no ayuda a la población (sobre todo a las familias de menores recursos que tienen sus hijos en nivel inicial y primeros grados de Primaria que deben salir a trabajar).


Desde nuestro espacio editorial, en revista COLEGIO queremos destacar el enorme esfuerzo que la comunidad educativa en general ha realizado desde marzo de 2020 hasta la actualidad: alumnos, padres, docentes, directivos e inclusive algunos funcionarios y representantes de los gremios han estado abiertos al diálogo para generar consensos que nos permitan enfrentar mejor la crisis sanitaria y la enorme incertidumbre de contexto. No merece la comunidad educativa ser rehén de intereses personales, partidistas y decisiones arbitrarias de quienes, usufructuando sus espacios de poder, anteponen la ideología y los intereses políticos y partidarios por sobre el bienestar común y la salud emocional y mental de los componentes de una sociedad muy castigada por la ineficiencia en la gestión de la pandemia y la inmoralidad de una vacunación muy poco transparente y tardía.


Planificar la mejor estrategia, tranquilizar a la población y contener a los de menos recursos, dar a conocer protocolos y un plan para dominar la sabida llegada de la segunda ola de contagios era lo que esperábamos de nuestros representantes de gobierno. Sin embargo, el enfrentamiento es la cara visible de una sociedad que no madura, que no decide democráticamente cómo elegir las mejores estrategias para enfrentar este virus, que nos ha desgastado mucho más de lo que acusan las estadísticas que publica diariamente el ministerio de Salud.


La educación es un derecho, una construcción que se da en un espacio que denominamos escuela y en un microespacio presencial, híbrido o virtual que denominamos aula, pero siempre es una construcción colectiva, como la democracia, donde el docente (como el gobernante) articula esa construcción y facilita de la mejor manera su desarrollo.


Gracias al “maestro” descubrimos conocimientos y valores como por ejemplo que lo que cada uno de nosotros puede aportar genera valor a la construcción colectiva, donde aprendemos que el “yo” puede convertirse en una mejor versión desde el “nosotros”.


Construir la escuela del futuro es construir una sociedad CON FUTURO y el ejemplo que las autoridades les están dando a las jóvenes generaciones de argentinos es indisimulablemente patético. Divididos, enfrentados, con dedos acusatorios, con más restricciones y poco diálogo, utilizando a la justicia y a los alumnos como rehenes no estamos construyendo nada más que otro fracaso.


No será fácil dominar el aumento de contagios si no hay suficientes testeos y tampoco a la enfermedad si no hay suficientes vacunas. Hoy no hay suficientes camas de terapia intensiva para enfrentar la crisis y el personal de salud está agotado. Tampoco se preparó un plan de transporte para mitigar el impacto de los contagios donde sabemos que el virus se propaga y tampoco se protocolarizaron las marchas o movilizaciones populares que tienen derechos válidos desde el reclamo, pero no desde una situación sanitaria límite.


Durante un año las escuelas tuvieron sus puertas cerradas y en muchos casos a lo largo y ancho de nuestro territorio el corazón abierto para poder seguir educando a nuestros hijos e hijas de la mejor manera posible, pero, lamentablemente, los chicos y chicas en situación más vulnerable han perdido mucho más que un año escolar. Situaciones de maltrato, abusos, malnutrición, explotación y trabajo infantil ha sido la factura que han debido pagar debido a que no tienen esa copa de leche, esa mirada atenta, los aprendizajes y la contención que les brindaba la escuela.


Pensemos ¿qué ejemplo le damos a los más jóvenes? ¿Qué sociedad estamos construyendo? ¿Cuál es el sentido de la educación? ¿En qué tipo de país queremos que vivan nuestros hijos? Y dejemos de lado las mezquindades y los enfrentamientos porque ésta es una crisis mucho más profunda de lo que nos proponen los medios masivos de comunicación y el bipartidismo en el que participan con intereses creados. Es una crisis de sentido, existencial, de una Argentina que pareciera no quiere tener crecer y darles identidad propia a las nuevas generaciones, enroscándolas en un discurso nostálgico, prepotente e improvisado que no nos ha conducido a ningún lugar donde nos permitamos crecer en paz.


Abramos los ojos y comprometámonos con el desafío porque el debate no pasa por la presencialidad sí o no. Es un hecho que la escuela es el mejor lugar donde pueden estar los alumnos y las alumnas (vital para los que más sufren y menos tienen) y que el vínculo con el docente y entre pares es indiscutible. Debatamos sí la calidad de los aprendizajes, la falta de infraestructura en las escuelas, los salarios docentes, la poca capacitación y la falta de gestión eficaz, pero fundamentalmente, en qué tipo de país queremos que crezcan y vivan nuestros hijos, porque sin educación no hay presente y menos futuro.


Lic. Marcelo Rivera


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