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El que piensa, gana. Cómo cultivar el pensamiento crítico en la era de la inmediatez



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“El que piensa, pierde” suele escucharse frecuentemente en estos tiempos donde reina la inmediatez. Pero ¿en realidad el que piensa, pierde?, ¿qué sucede cuando priorizamos la rapidez sobre la reflexión?, ¿se pierde más en el pensar paciente, reflexiva y críticamente, o en el actuar con el afán propio de nuestra era? Justamente, ahora más que nunca es imperativo resaltar el valor del pensamiento crítico y emprender acciones para cultivarlo.

El pensamiento crítico es fundamental para vivir en el complejo entramado de la vida contemporánea, pues permite el discernimiento frente a toda la información que recibimos diariamente para de ese mismo modo adoptar una postura y orientar nuestras acciones basadas en decisiones informadas. Además, fomenta la habilidad para resolver conflictos de manera efectiva, al facilitar la apertura frente a múltiples perspectivas, considerar sus límites y consecuencias para poder vislumbrar posibles soluciones y alternativas. Estas bondades del pensamiento crítico, entre muchas otras, requieren de tiempo, paciencia y método para desarrollarse.

Parece ser que la tierra fértil del pensamiento crítico es la paciencia, saber escuchar, saber pensar y saber decidir. Desde una perspectiva filosófica se podría decir que el sentido de la epojé, el término griego que traduce “suspensión del juicio”, se hace necesario para el cultivo del pensamiento crítico. El pensar críticamente implica no reaccionar sin más ante un estímulo, cualquiera que este sea, desde una noticia, un video o foto en redes sociales, o un comentario de un compañero. El pensamiento crítico requiere de la epojé en tanto que demanda no emitir juicios inmediatos, sino en detenerse y observar con cuidado y rigor, también involucra cuestionar nuestras propias percepciones y prejuicios, además de considerar otras perspectivas que pueden enriquecer la vivencia antes de llegar a una conclusión, y por supuesto, a una reacción.

La epojé invita a poner en suspenso, en paréntesis, nuestras propias creencias y opiniones previas, al igual que coloca en suspenso el evento mismo para poderlo ver y reflexionar desde distintas ópticas, para que así, en ese espacio entre la acción y la reacción, florezca el pensamiento crítico de manera objetiva y rigurosa.  Así, al practicar la epojé, se abre espacio para la reflexión y evaluación imparcial de la información y los acontecimientos, lo que a su vez conduce a la toma de decisiones informadas y fundamentadas.

Por otro lado, la duda permite el pensamiento crítico en tanto que nos interpela en nuestras concepciones de verdad, y por tanto, en nuestras más profundas creencias e ideales, que también permean nuestras acciones. Descartes ya lo anticipaba cuando enunciaba en sus Meditaciones Metafísicas[1] que era consciente de las opiniones falsas que había admitido como verdaderas, y cuán dudosas eran las que después había construido sobre ellas. De esa manera se permitió dudar de todas ellas, destruirlas de raíz, hasta encontrar una verdad que le permitiera edificar un sistema firme. La duda hiperbólica de Descartes lo llevó a unos confines insospechados, pero en nuestro caso bastaría con dudar sobre nosotros mismos, de lo que creemos y hacemos, al igual que de lo que consumimos diariamente, de nuestras reacciones y posturas.

Adicionalmente, el pensamiento crítico también precisa de la empatía para considerar posiciones ajenas para encontrar valor en ellas, a pesar de que no siempre se pueda percibir a simple vista. La empatía permite el acercamiento con vivencias e ideas que, aunque no sean propias, conviven en el mundo que habitamos. En este acercamiento podemos ver el mundo desde diferentes perspectivas y nutrir las nuestras de tal modo que se puedan tejer ideas en conjunto, construyendo comunidad, vínculos y relaciones fuertes y profundas. Sin embargo, esto no significa que se deban aceptar todas las posturas u opiniones, se trata de entenderlas y analizarlas con justicia, para acoger o tomar distancia con fundamentos.

Por su parte, la dialéctica, practicada desde la antigua Grecia promueve el intercambio de ideas, el debate y la búsqueda de la verdad a través del cuestionamiento y la escucha atenta del otro. No se trata entonces solo de defender nuestras opiniones, sino de escuchar atentamente a los demás, considerar sus argumentos y estar dispuestos a modificar nuestras ideas en función de nuevas evidencias. En este intercambio cada voz se convierte en un hilo en el tejido de la comprensión compartida, enriqueciendo así nuestra visión del mundo y fortaleciendo nuestra capacidad para pensar críticamente.

En suma, el pensamiento crítico es una habilidad invaluable en la era actual, y su desarrollo requiere dedicación y práctica. Al cultivar la epojé, la duda, la empatía y la dialéctica, podemos fortalecer nuestra capacidad para pensar de manera rigurosa y reflexiva, enriqueciendo así la comprensión del mundo que nos rodea.


[1] Descartes, René. Meditaciones Metafísicas. (Madrid, Editorial Gredos, 2002). p. 165.

Miguel Camilo Pineda Casas

Filósofo y Magíster en filosofía; Coordinador de formación continua para CECAPFI Colombia, Consultor filosófico, Divulgador filosófico en sus redes sociales, y Docente de filosofía en educación básica y media en Bogotá. Realiza cafés, vinos y caminatas filosóficas en la ciudad, creando cada vez más espacios para vivir la filosofía en comunidad.


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