Revista Colegio

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Futuro



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Cuando le preguntan a Yuval Harari por qué motivo su obra e investigación se ocupa tanto del futuro siendo él un historiador, responde que el historiador no se ocupa tanto del pasado como del cambio, y que este ocurre en todo momento. Este giro maravilloso, que libera a Harari del análisis exclusivo del pasado y que entrega a la humanidad una zaga de obras imperdibles para comprender el presente y, principalmente, para jugar con futuros posibles, nos provoca.

Quienes actuamos en educación, nos sentimos atrapados dentro de un sistema pensado tiempo atrás por otros, colonizado por una práctica y un método que rinde poco y mal en el presente, anhelando un futuro en donde este conflicto sea desanudado. Un futuro que creemos llegará en algún momento. Así, pasado, presente y futuro se encuentran fusionados en el quehacer cotidiano de cualquier docente ordinario, a la espera de nuestro propio Harari disciplinar que desenmarañe todo el asunto. Al menos, ¡que encuentre la punta del ovillo!

Por curioso que parezca, entonces, hablar de Harari es hablar de futuro, de futuros posibles, en todos los ámbitos, incluido el campo de la educación. Pero, ¿qué es el futuro para un docente, pero también para un profesional de cualquier industria y condición? El futuro, esa suerte de no-tiempo, sin certezas ni ubicación exacta, ¿es un destino, la inexorabilidad de lo que vendrá luego del ahora, casi por la propia inercia de la época? ¿O más bien es una invitación, un llamado a la acción personal y colectiva de dar forma a algo que aún no la tiene? Destino o invitación, pasivos colonos o activos arquitectos, tal vez esa sea la tensión en juego.

Cualquiera que sea la definición que finalmente acordemos para el futuro, en particular en el campo de la educación, lo cierto es que este nos encontrará con más datos, con nuevos diseños y con dominios particulares. Datos, diseños y dominios, las tres ‘d’ del futuro de la educación con las que deberemos navegar lo que toque, con las que habrá que aventurarse en algún momento, animados por la definición de futuro a la que finalmente adhiramos.

Pocos podrán objetar que el futuro vendrá con más y más datos. En un mundo con 67% de la población que accede diariamente a internet (la penetración en Latinoamérica es del 83% y en Argentina del 92%), con 5,6 billones de teléfonos móviles, con 96% de los usuarios de internet que poseen un smartphone, con 7 horas de promedio por día que la gente se encuentra conectada a la nube, principalmente para encontrar información, ¿acaso alguien podría argumentar en contra de la explosión de datos que enfrentamos? Con un poder computacional agregado incremental nunca antes visto, con costos de almacenamiento digital agregado decreciendo hasta casi desaparecer, con mayores y mejores redes y tecnologías de análisis de información en tiempo real, ¿se entiende por qué la ciencia de los datos se está convirtiendo en nuestra nueva piedra basal?

También pocos deberían (ahora lo escribo en condicional) objetar que el futuro vendrá con nuevos diseños en materia educativa. Espacios de interacción y aprendizaje más amplios, que finalmente abandonen el rasgo de ‘fábrica’ y el abordaje de cohorte que remite al concepto de estandarización, justamente tomado de las fábricas. Para dejar de ‘fabricar’ titulados dosificando inyecciones regulares de contenidos curriculares comunes, será imprescindible romper, no solo con la tradición, sino principalmente con el orden. Espacios en diálogo con el entorno, luminosos, amigables, inspiradores, en donde lo espontáneo sea posible, en donde lo físico y lo virtual se fusionen con naturalidad, en donde los problemas y las preguntas convoquen más que las respuestas y los dogmas, en donde todos puedan ser aprendices y maestros a la vez.

Finalmente, cualquiera que sea la definición de futuro que acordemos, este llegará con dominios particulares. ¡O requerirá de los mismos! Dominar los seis lenguajes descriptos por Roberto Logan, ser idóneo digital, abrazar la ambigüedad, comprender en profundidad la empatía, desarrollar habilidades colectivas, aprender a sostener un argumento en forma oral, saber validar fuentes y curar contenidos. Tal vez hasta sea el momento de declarar que los contenidos no serán más materia de aprendizaje escolar. Cualquier tutorial de Youtube enseña a tocar el piano, a dibujar, a resolver ecuaciones complejas, a codificar, a resolver acertijos, a jugar a cualquier deporte de cualquier posición, o a lo que sea. El cuarto motivo mundial por el cual la gente accede diariamente a internet es para aprender cómo hacer cosas, desde cambiar la rueda de un auto o cocinar un plato de pastas, hasta reparar el artefacto más insignificante o conocer la historia más impactante. ¡Que gran oportunidad posee la escuela para enseñar otros dominios!

¿Qué es el futuro para la educación? ¿Un destino que debemos aceptar, o una invitación a la acción colectiva? ¿La inevitabilidad de lo que toca, empujado por un pasado y una tradición que imponen sus condiciones, o una construcción que debemos iniciar hoy mismo, aquí y con las certezas que actualmente manejamos, que no son tantas?

Un futuro educativo con más datos, nuevos diseños y dominios particulares, en todo caso, ¿cómo nos debería disponer? ¿Pasivos y dóciles, o activos y batalladores? ¿Solo nos toca esperar que pase lo que va a ocurrir o, en cambio, nos toca armarnos con las herramientas de la época y los saberes acumulados, para lanzarnos a construir un nuevo sistema? ¿Seremos actores de reparto, o protagonistas?

El futuro es provocación e incertidumbre, además de una incitación al cambio, y nos debe encontrar juntos construyendo algo mejor de lo que recibimos, siempre.

Juan María Segura


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