¿Cuántas veces escuchamos decir a nuestros hijos “la escuela es aburrida”. Cientos. Confieso que esa frase que retumba en mis oídos me ha inspirado para lanzar pocos meses antes del comienzo de la pandemia el libro “Un giro copernicano a la educación” (el cual, debo decir, se agotó en su primera edición). Nuestros hijos nos inspiran. Aprendemos todo el tiempo de ellos, son una fuente inagotable; desde aquellos ¿y por qué? en sus primeros añitos hasta el desafío permanente desde esa mueca adolescente que todo cuestiona.
Ahora bien, ¿por qué la escuela no sigue el mismo patrón? ¿Por qué la mayoría de quienes toman decisiones a nivel curricular en las organizaciones educativas no tienen este faro para iluminar las prácticas cotidianas? Creo que el sistema escolar tradicional fue creado para que los individuos se adapten a “una matrix” donde la investigación, la incertidumbre, la curiosidad, el asombro, la sorpresa, el humor, el descubrir para descubrirse estaban en otra dimensión. Vivimos nuestros abuelos, nuestros padres y nosotros (las generaciones del “debes ser”) una escuela generadora de individuos en serie y adaptables a esa matrix nacida post revolución industrial. Hoy las nuevas generaciones “quieren ser” y hay que darles ese lugar de protagonismo.
Aquel sistema tradicional no solamente reprimía al distinto, al diferente, sino que lo marcaba para el resto de sus días. Era una escuela de uniformes y respuestas, que premiaba al que memorizaba, al que repetía la lección con los guiones de la profesora o del profesor. La respuesta correcta era el premio más apetecido ya sea en la escuela o en los programas de TV que nos acompañaron para hacer funcional esa “matrix” a la educación de las generaciones de argentinos del siglo XX. Esa educación fue deteriorándose poco a poco por falta de interés, por falta de inversión, por falta de capacidad y de políticas con una visión doctrinaria de país y por falta de conocimiento de las tendencias que llegarían a impactar a la sociedad global. Mezquindad pura, generamos una sociedad enferma de valores desde el “sálvese quien pueda”.
Hoy la Argentina está en un problema serio. Más del 60% de los niños y niñas en edad escolar son pobres y casi un millón y medio de esos chicos abandonó la escuela en el último año y medio. La estadística duele, pero es real. Es información no es opinión. La tragedia más notoria que trajo la pandemia a nuestra tierra ha sido la mala gestión: casi 115 mil muertos por covid-19 y un impacto educativo, social y económico que ubican a la Argentina entre los 10 países del mundo más afectados en el concierto global de 190 naciones.
¿Cómo revertir esta situación? La democracia se basa en el poder del voto pero lamentablemente gobierno y opositores parecen pareja de truco: juegan mintiendo, ocultando las cartas o a su suerte. Ninguno propone un plan con acciones concretas y serio a corto, mediano o largo plazo para salir de esta crisis de pobreza, marginalidad y decadencia moral.
Estoy convencido de que la educación es la clave del cambio, para mejorar contextos y darles a las nuevas generaciones un futuro que no pase por revolver basura, el aeropuerto de Ezeiza o ser víctimas de inseguridad si elegís quedarte a “remarla”.
Nuestras aulas y también las aulas de la formación docente están plagadas de conocimientos fácticos que responden a esa matrix que nos hizo añicos el futuro inmediato de los jóvenes argentinos. Es el momento de una revolución y esa revolución la tiene que generar una nueva escuela con agentes que lideren el cambio.
Por eso, junto a un grupo de profesionales y de empresas que apoyan la educación desarrollamos nuestro V Congreso, para debatir, cuestionar, indagar, proponer y escuchar qué tipo de escuela sería superadora y podría brindarle a las nuevas generaciones mayores oportunidades. Generar estos ecosistemas de debate es una constante en nuestro trabajo diario e inspirar a otros a liderar el cambio es hoy nuestra misión.
Tenemos una oportunidad inmejorable para repensar la escuela. Es el momento de pensar en los chicos, en su futuro, en sus intereses y habilidades, no en nuestros intereses y saberes como único eje de una escolaridad del pasado.
Para finalizar, nuestro saludo afectuoso en su día a todos aquellos docentes que salieron de su zona de confort y dieron lo mejor de sí en estos dos años tan complejos donde hemos aprendido que la pasión y la curiosidad son pareja de baile.
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