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Pandemia y educación: “Un Cisne Negro llamado COVID-19”



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Como especie, y por miles de años, hemos tratado de explicar lo que no comprendemos. Para sobrevivir requerimos entender nuestro entorno y la dinámica de lo que nos rodea. Inicialmente hemos encontrado explicaciones mágicas, teológicas, mitológicas y esotéricas a aquellos fenómenos a los que no podemos dar sentido con el conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos y nuestro contexto.

La luna, el sol, el fuego, la energía, la vida y la muerte han sido dioses, dragones, leyendas mitológicas e hipótesis que hemos generado para tratar de aclarar lo inexplicable. En la medida en que llegamos a la comprensión de aquello “mágico” lo incorporamos, explicamos y usamos para hacernos nuevas preguntas y continuar en la aventura del entendimiento nuestro y del entorno.

Asimismo, requerimos como especie el anticipar el futuro como condición que nos permite predecir y prepararnos para lo inesperado. Por siglos hemos creado teorías, pitonisas, la astrología, la lectura de cartas y tantas otras formas inventadas para adivinar lo que viene. Algunas de estas propuestas están ligadas a la magia y otras más a las ciencias, al estudio y análisis de la historia y los eventos a los que se enfrenta la humanidad.

Los economistas, estadísticos, científicos, sociólogos y demás representantes del estudio del comportamiento humano y su entorno han desarrollado modelos para tratar de anticipar momentos, ciclos y eventos. Sin duda, muchos de estos modelos han demostrado tener sentido y logran poder prever circunstancias de diferente índole, que se comportan predeciblemente y como resultado de una cadena de elementos que siguen un patrón secuencial y ordenado.


Por otro lado, están aquellos eventos que, aunque pueden ser previamente vislumbrados por algunos pensadores y estudiosos, suceden por fuera de cualquier marco que se ajuste a los modelos de predicción de los denominados “expertos”. Esto es lo que Nassim Nicholas Taleb denomina “Cisnes Negros”; son aquellos momentos aleatorios que la humanidad no ve venir y que irrumpen estruendosa e inesperadamente, desequilibrano el flujo normal que como vivimos y actuamos en el día a día.

Así veo este llamado Coronavirus o COVID-19, un cisne negro en toda su magnitud. Para analizar la posibilidad de que realmente nos encontremos en presencia de esta situación, sugiero el hacer la rutina de pensamiento “La historia”; esta estrategia de pensamiento nos invita a saber que todo libro, experiencia, viaje, etc… tiene tres historias: la principal, las paralelas y la escondida. Como historia principal tenemos un virus altamente contagioso, que se originó aparentemente en China, y proviene de los animales, muy posiblemente de un tipo de murciélago. Las historias paralelas se relacionan con la epidemia que genera en su lugar de origen, rápidamente se extiende a otros continentes, se convierte en pandemia y expande la morbilidad y mortalidad a niveles de crecimiento exponencial que toman por sorpresa a todos los expertos, científicos y políticos desestabilizando en cuestión de semanas la infraestructura y la logística de los países, al punto de llevarlos a tomar decisiones radicales nunca vistas en la historia reciente, tales como el cierre de fronteras en un mundo abierto y globalizado, toques de queda de millones de personas en ciudades y países, metrópolis fantasmas, aeropuertos sin vuelos, centros comerciales cerrados, autopistas sin tráfico, edificios y moles de concreto sin gente.

Ahora pasemos a tratar de identificar la historia escondida, la cual se compone de múltiples elementos sinérgicos, algunos identificables y otros que están siendo escritos con tinta indeleble, imposibles de leer en este momento, pero que con el paso de los meses y años se harán evidentes y podrán explicar aquellos cambios inesperados y profundos a los que llevan los cisnes negros. El impacto y la transformación serían analizables desde la óptica económica, política, social, cultural, etc…

Gilberto Pinzón, CEO de Edu1St. durante una conferencia en la Universidad Siglo 21

Vivimos en una sociedad que no tiene tiempo, el recurso más importante de cualquier ser humano, el que no es renovable. Cada segundo que pasa es tiempo que se fue. La pregunta es ¿no tenemos tiempo para qué? ¿Para ser productivos? Pero nos metemos en vehículos para ir del punto A al B por horas durante las cuales difícilmente podemos trabajar y ser eficientes. Nuestro legado más importante deberían ser nuestros niños, pero no tenemos tiempo para ellos y ellos no tienen tiempo para que les demos tiempo; nuestras ocupaciones y las de ellos sólo nos dan algunos minutos de interacción. En una era en la que la expectativa de vida del ser humano ha aumentado increíblemente, vivimos muchos más años, pero tenemos menos tiempo.

Cuando hablo con los docentes sobre el replanteamiento del método educativo que tenemos, me responden “no tenemos tiempo” y de nuevo surge la pregunta ¿tiempo para qué? ¿Para completar el capítulo del libro o tal tema para una fecha determinada y poder completar el currículo? ¿Evaluando cuantitativamente (0 a 10 o cualquiera sea la escala) y aprobando estudiantes con un número que es sólo un indicador de que “podría” pasar al siguiente tema o nivel, sin necesariamente estar seguros nosotros ni ella/el de que realmente aprendieron? O ¿el tiempo debe ser destinado e invertido para que ellos realmente naveguen el proceso del aprendizaje, lleguen a comprender y desarrollar los conocimientos, habilidades, competencias, disposiciones y comportamientos que les permita comprenderse a sí mismos y a su entorno con el fin de ser mejores seres humanos y que cuenten con lo necesario para incorporarse a un mundo cambiante agregando valor?

Este cisne negro que estamos viviendo nos está enfrentando con nuestra propia naturaleza, está sacando lo mejor de nosotros como especie, pero también lo peor. Estamos viviendo desafíos que cambian los parámetros de cómo vemos las cosas. La discriminación es una parte desafortunada pero inherente a nuestra especie, de la noche a la mañana los elementos discriminatorios ya no son el color de la piel, el género o el nivel socio económico, sino quienes están “contaminados” y quiénes no. De alguna manera, los discriminadores pasan a vivir la discriminación en su propia carne.

Nuestra principal responsabilidad como padres es la de la formación y educación de nuestros hijos, nos hemos creído que, al delegarla a los colegios y docentes, ellos son los responsables de este compromiso contraído con nuestros hijos al traerlos al mundo y ahora que nuestros hijos están todo el tiempo con nosotros tenemos grandes dificultades para manejar la situación.

Por ahora mi invitación y con el fin de simplificar la reflexión (con temor a sobre simplificarla) es a observar lo que sucede con el cierre de los centros educativos en los países altamente afectados y dentro de los cuales se encuentran casualmente los países más desarrollados del mundo.

Por décadas, algunos pioneros, investigadores y pensadores han cuestionado el modelo educativo actual, el cual se ha implantado por siglos, con modificaciones mínimas en relación con su estructura metodológica. Todos hoy sabemos de los cambios increíbles y vertiginosos a los que está expuesto el mundo de hoy y no es un secreto para nadie que la educación está preocupantemente rezagada del contexto en el que se desempeña.

Ya existen investigaciones y evidencias serias e importantes del éxito de la incursión de la tecnología y los softwares en el aprendizaje y la enseñanza. Hay mediciones que demuestran cómo es más efectivo y económico el aprendizaje de áreas como por ejemplo matemáticas mediante el uso de los softwares y sin o con mínima participación de un profesor. A pesar de que el recurso sea más efectivo y eficiente, el modelo educativo poco evoluciona, sigue anclado al esquema centrado en el docente protagonista, la memorización de información y la evaluación mediante pruebas estandarizadas.

Volvamos al cisne negro. Los colegios y universidades han cerrado sin claridad sobre su reapertura, por lo contrario, se habla de que esta no se daría antes de lo que sería el inicio del próximo año académico.

A las instituciones educativas no les ha quedado otra opción que mirar hacia la alternativa poco contemplada anteriormente. Ahora los colegios y universidades, algunos más versados en el tema que otros, han tenido que replantear la forma como promueven y provocan el aprendizaje en sus estudiantes. Tenemos que entender esto como un proceso, que se consolidará en la medida en que los estudiantes estén más expuestos a la nueva realidad, la cual no sólo implica el uso de las tecnologías, sino que supedita un cambio metodológico y una nueva visión del rol del docente y el aprendiz.

Ya hay algunas evidencias interesantes en aquellos lugares a los que les tocó ser los primeros en implementar la alternativa online, a distancia, sincrónica o no. Dichas evidencias permiten plantear que este cisne negro propone la posibilidad de que se dé una migración irreversible a este modelo obligado al que nos ha empujado el coronavirus, el aprendizaje alejado de las cuatro paredes del aula, el uso de recursos que van más allá del docente como proveedor de información, el ejercicio de la autonomía, apropiación y empoderamiento del estudiante, la atemporalidad del aprendizaje, la expansión de las posibilidades del conocimiento, la posibilidad de que el colegio/universidad pierda relevancia como centro/eje de la posibilidad de aprender, la eventualidad de que el docente pierda significancia dentro del proceso enseñanza aprendizaje.

Poder determinar hoy la magnitud del impacto en los estudiantes, docentes, instituciones educativas y la sociedad de estas medidas generadas por la urgencia de lo impredecible es muy difícil. Lo que sí podemos anticipar es que los estudiantes y la comunidad han tenido la posibilidad de experimentar esta nueva forma masiva de encarar el aprendizaje, el trabajo y otras tantas actividades que hacen parte de nuestra forma de vivir. Algunos de los efectos o resultados pueden ser rápidamente evaluables como positivos, neutros o negativos, pero lo que sí es determinante es que nos ha hecho cuestionar muchos de los paradigmas que nos acompañan, los que nunca cuestionamos, los que seguimos cabalgando en esa inercia desbocada y que merecen una reflexión, el replanteamiento que provocan los cisnes negros.

Este cisne negro nos ha empujado a estar en casa más tiempo, volver a cocinar, tratar nuevas recetas, comer en familia, contar historias, ser profesores, ser creativos, descubrir a nuestros hijos y a nosotros mismos. Seguro nos ha hecho también replantear lo que hacemos todos los días, cómo lo hacemos y por qué, además de reasignar roles y tareas.

Puedo estar sobresimplificando las cosas o, por lo contrario, sobre complejizándolas. El tiempo lo dirá. Lo que sí sabemos es que otros cisnes negros como septiembre 11 determinaron un cambio definitivo en la historia de las naciones, el mundo y sus ciudadanos, que su impacto aún no ha sido totalmente determinado, que el tiempo agrega cada vez más historias escondidas.

El impacto de esta pandemia generada por el coronavirus generará una recesión que incluso podría llegar a depresión económica, cambiará mundialmente leyes y políticas de salud, migración, investigación, comercio internacional, transformará modelos de negocio sepultando empresas e industrias, generando innovación y surgimiento de nuevas formas de hacer las cosas, e incluso podría generar un replanteamiento de prioridades para las personas y todo lo que las rodea, con la forma como vivimos, aprendemos, trabajamos, nos relacionamos y educamos a nuestros hijos.

¿Qué tan grande es este cisne negro? No lo sé. El tiempo lo dirá.

Gilberto Pinzón, fundador y CEO de Edu1St.


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