Silvana Corso es la directora de una Secundaria porteña de puertas abiertas. Su propia historia escolar y la de su hija Catalina la impulsaron a pensar un modelo de escuela que derriba etiquetas y prejuicios sociales. El éxito de su proyecto le valió un reconocimiento internacional que la ubicó entre los mejores maestros del mundo. Esta profesora de Historia y docente especializada en estrategias de inclusión escolar sostiene que “el discurso de no estar preparado para tratar la discapacidad ya se agotó”. Por el contrario, está convencida de que todas las escuelas pueden trabajar con una visión amplia y que la inclusión es garantía de los alumnos en general de aprender y valorar la diversidad humana.
-¿Cómo empezó tu formación específica en educación inclusiva?
Yo quería enseñarle a todos. Ser una docente que mirara y escuchara. Quería enseñar a aprender. Pero mi hija Catalina terminó de transformar mi mirada de la educación. Ella me enseñó que había otras formas de aprender y de relacionarse. Cata nació con una parálisis cerebral severa. Estaba cuadripléjica, se alimentaba por un botón gástrico y respiraba por una traqueotomía. Sin embargo, un jardín común le abrió sus puertas. Ahí los chicos se vincularon con ella sin prejuicios. Mi hija aprendía cosas todos los días y yo me preguntaba cómo podía entender ella lo que sucedía si yo había pasado por tantas dificultades sin tener una discapacidad. Cata murió a los 9 años pero se llevó un montón de experiencias, fiestas, salidas, amor. Con mi marido sentimos la necesidad de contar su historia y escribimos un libro que se llama “La que tiene Fuerza”. Ya cuando asumí la dirección de la Escuela Rumania decidí que era mi oportunidad para abrirle las puertas a todos y cambiar la representación social de la discapacidad.
-¿Cómo lograste llevarlo adelante?
Nos dimos cuenta de que teníamos que seguir formándonos. Esta es una escuela de gestión estatal, donde tenemos problemas edilicios y pocos recursos, pero somos un equipo. Hace cuatro años comenzamos a hacer un taller todos los miércoles para pensar estrategias de inclusión y retención de alumnos. Invitamos a especialistas (psicólogos, fonoaudiólogos, psiquiatras, trabajadoras sociales) y analizamos la realidad de los chicos. Sumamos a todos los que tuvieran voluntad y capacidad de trabajo. Articulamos con otras escuelas, hospitales y organizaciones. Cuando recibimos a un chico con algún tipo de discapacidad, lo primero que hacemos es entrevistar a sus padres. Nadie lo conoce más que ellos. Después lo entrevistamos a él. Más tarde, trabajamos con los equipos externos y hacemos adaptaciones curriculares. Aprendimos a mirar y escuchar a los alumnos.
-¿Qué te parece que hace falta para que se dé esa apertura en la escuela?
Como la diversidad es inherente a la naturaleza humana, estoy convencida de que todas las escuelas pueden ser inclusivas. Es más, podríamos eliminar el término ‘inclusivas’. Creo que hay un solo tipo de escuela real, que es la que se adapta a todo. Cuando llegó el primer chico con parálisis cerebral, la escuela se revolucionó. Hoy todos conviven en la diversidad de manera totalmente natural. Tuvimos y tenemos alumnos con parálisis cerebral, mielomeningocele, autismo, Asperger, hidrocefalia, psicosis, retraso madurativo, síndrome de down. Y también chicos judicializados, alumnas adolescentes que son madres, estudiantes que conviven con la violencia y otros con familias que los acompañan y son pilares para la escuela. Trabajamos con o sin maestras integradoras. La presencia de estos chicos en el aula es la garantía de los alumnos en general de aprender y valorar la diversidad humana. Así como de aceptar y lidiar con sus propias limitaciones.
-Muchas escuelas no aceptan a alumnos que tienen otro ritmo de aprendizaje, desde un problema en el habla hasta dificultades para relacionarse. El argumento suele ser que el plantel no está capacitado. ¿Lo considerás entendible?
Lo veo a diario y me duele que lleguen a nuestra escuela chicos que han comenzado en otro lado pero que fueron dejados afuera. Siempre la excusa es que no están preparados y me parece que ése es un discurso agotado. Nunca estás preparado para nada. Siempre les digo a los docentes: ‘El profesorado no te preparó para el aula. Es todo mentira. Te prepara para perfiles de alumnos similares y clases personalizadas’. Por eso creo que, así como nos inventamos en el aula, con estos chicos también te inventás. El otro día una directora me planteó que no puede cambiar las cosas porque la supervisora “la mata”. Yo le respondí que ella tiene que respetar la Ley de Educación, sin estar tan atada a normativas sin sentido. Le dije que “hiciera trampa” y no le tuviera tanto miedo al sumario porque, al fin y al cabo, corremos riesgo todo el tiempo. Basta con que los chicos respiren y caminen. Hace poco una nena fue a la escuela con una polvera con espejito. Se le rompió y la tiró al tacho. Un compañero la levantó y se cortó e inesperadamente le empezó a salir sangre a borbotones. Enseguida activamos toda la red de asistencia de la escuela y llamamos al SAME. En otras circunstancias, hoy estaría con un juicio pero la familia valoró que el nene se sintió contenido.
-¿Y qué camino les queda a los padres? En ocasiones sucede que la escuela que no recibe a su hijo es la misma a la que asisten sus hermanitos. ¿Qué convendría que hicieran en esos casos?
Los hermanos de chicos con discapacidad tienen una carga, siempre de pérdida, porque la familia gira en torno al hijo que tiene una dificultad. Entonces, a los otros hay cosas que hay que resguardarles. Nosotros lo vivimos con nuestro hijo Tomás, que ahora va a cumplir 13 años. No le podés sumar un peso más. El chico que no tiene discapacidad ya tiene sus vínculos y hay que pensar bien antes de tomar una decisión que lo perjudique.
¿Es necesario renovar las estrategias?
Sí. Y analizar la realidad de cada chico. Y esto excede la discapacidad. Acabamos de enterarnos de que se nos murió una nena. El jueves a la noche se descompuso y se murió el sábado. Estuvo descompuesta en su casa sin asistencia. Esta lamentablemente es nuestra realidad. Tratamos de estar siempre pero el verano nos aleja. Tenemos problemas impensables para el siglo XXl. Llevamos tres años viendo chicos con tuberculosis. Les enseñamos interactuando con un centro de salud. Esas situaciones nos hacen pensar que tenemos que actuar sin resoluciones que nos paralicen. Mirá si no te vas a burlar del sistema para ayudar a chicos como ellos que, aún cuando tienen dificultades, quieren venir a clases porque sienten que la escuela las devuelve la condición de persona.
Silvana Mabel Corso es especialista Superior Universitaria en Intervención Educativa ante Trastornos del Aprendizaje y en Estrategias de Inclusión Educativa. TOP 50 Global TeacherPrize 2017.
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