El especialista en innovación educativa “Pepe” Menéndez dialogó, en su ciclo de conversaciones educativas transformadoras denominado “Mudanzas”, a Gloria Vidal, exministra de Educación de Ecuador (2010-2013) y luego embajadora de su país en Argentina.
“Yo antes pensaba que los especialistas de la educación eran aquellas personas que han estado muchos años estudiándola y por lo tanto, las que tenían las respuestas para cualquier problema educativo. Ahora pienso, y estoy convencida, de que esto no solamente no es así, sino que la visión multidisciplinaria enriquece de tal forma la educación, que es mucho más fácil conseguir objetivos y llegar a metas con ese enriquecimiento de otras miradas profesionales”, resumió Vidal al inicio de la entrevista.
– Tú eras rectora de un colegio cuando te llamaron en 2006 para ser viceministra del ministerio de educación del gobierno de Ecuador. ¿Cómo veías la educación en aquella etapa de rectora?
“Mi formación es del ámbito de las Letras. Mi deseo en aquella época era dar clases. Lo único que quería en mi vida era ser maestra. Y, por supuesto, ahora es lo que me sigue motivando por vocación e ideales. Entonces, pensaba que solo aquellas personas que habían seguido una carrera educativa sabían de educación.
En mi tarea de rectora debía elegir currículums para seleccionar docentes y fui descubriendo que muchas personas que no tenían una formación educativa, pero que tenían conocimiento disciplinar, podían ser mejores maestros que aquellos que fueron específicamente formados como tales. En Ecuador, teníamos el ejemplo clásico de personas que estudian para ser profesores en segunda enseñanza, esto es para el bachillerato, y que fueron formados en la especialidad de matemáticas. Cuando hacía las entrevistas de selección, también entrevisté a ingenieros, que tenían un gran conocimiento disciplinar, pero no tenían tanta técnica educativa. Nuestra opción en aquel momento fue contratar a estos últimos, y “pedagogizarlos”. Es decir, comenzar con ellos un camino educativo. Y resultó maravillosamente bien. Fueron de los mejores profesores de matemáticas que tuvimos. Después lo ampliamos a la enseñanza de la Biología, contratando a médicos, o a de la Química, con ingenieros químicos.
Cuando llegué al Ministerio de Educación seguí esta misma línea. Se necesitaba formular política educativa, pero el Ministerio estaba lleno de técnicos educativos; no había personas con conocimiento en construcción y desarrollo de procesos, que nos llevaran a la formulación de una política pública. Para esto, necesitaba la cabeza y la experiencia de un ingeniero industrial. Precisaba, por ejemplo, de un departamento de análisis de lo que se conoce como economía de la educación, para decidir la mejor inversión de los recursos que teníamos. Este análisis lo hace mejor un economista que un especialista en educación. Por eso, estructuramos un ministerio centrado en la pedagogía, con la aportación de personas que tuvieran conocimiento en otros campos, que necesitábamos para el gran cambio que queríamos llevar a cabo. Quizás a algunos les parezca un sacrilegio porque consideran de manera purista que la educación solo la pueden estructurar especialistas en educación. A mí no me lo parecía ni antes ni ahora”.
– Cuando llegaste al ministerio, ¿qué significaba para ti calidad educativa?
“Yo venía del mundo privado como rectora de un colegio. Apenas tenía contacto con el sector público, pero no quería caer en un error habitual de algunos ministros, de cualquier área, que viniendo del sector privado pretenden llevar la lógica privada hacia lo público, cuando son mundos completamente distintos. Intentamos desarrollar una dinámica que, si bien no extrapolaba la experiencia privada hacia lo público, sí tomaba algunas buenas prácticas o ideas del concepto de calidad de lo privado a los territorios. No porque lo público no tuviera en sí mismo rasgos de calidad, sino porque queríamos acercar la experiencia de los dos sistemas y construir una calidad educativa para todo el sistema”.
–¿Cuáles serían los componentes que caracterizarían un buen sistema público de calidad en educación?
“Lo primero que hicimos fue salir con una cámara y preguntar a la gente ¿qué entiende usted por calidad educativa? No quisimos definirla desde nuestros despachos oficiales. Fue muy interesante porque nos encontramos con una gran diversidad de perspectivas y de criterios de las personas para definir lo que entendían por calidad educativa. Algunos lo conciben por lo que reciben como resultado de esa calidad. Por ejemplo, unos padres vinculaban la calidad a que sus hijos hubieran acabado el libro de texto. Otros, a que la escuela dispusiera de unas buenas instalaciones. La definición de calidad es una construcción personal que cada uno hace.
Para mí, la idea de calidad va a estar siempre ligada a una visión sistémica. Desde mi punto de vista, la calidad no es solo construir establecimientos bonitos, ni tampoco limitarse a cambios en el currículum, ni quedarse solo en la formación de los maestros. La calidad educativa se consigue con la combinación de toda una serie de elementos. Por eso, hablo de una visión sistémica. Cuando se desarrolla una idea desde el ministerio debe estar vinculada al conjunto porque, de lo contrario, dura lo que dura el ministro, y tampoco tiene impacto en la calidad educativa del sistema.
El precepto de McKinsey, según el cual un sistema no es mejor que la calidad individual de sus docentes, se ve reflejado en la evidencia de que si dejas a los docentes aislados y no arbitras un sistema de apoyo permanente al ejercicio profesional y de mejora de la práctica docente, y no lo conjugas con otras medidas, no consigues avanzar hacia la excelencia del sistema. Y es importante no desvincular de esta visión, la relación con las familias y el protagonismo de los propios estudiantes.
La respuesta a tu pregunta tiene que ver con esta visión sistémica, que permite construir una política pública de calidad, huyendo de los “fuegos artificiales” que vemos en algunos lugares, que se venden como calidad educativa”.
–Cuando nos conocimos en Buenos Aires compartimos buenos ratos hablando de transformación educativa. Tu visión sistémica me resultó muy coincidente con el proyecto Horizonte 2020 en el que yo estaba entonces inmerso. En educación suele entenderse que los cambios se hacen de manera fragmentada, por ejemplo, utilizando tecnología, eligiendo un buen libro de texto, mejorando las instalaciones de la escuela, o con la mejora de un docente en el aula. Pero llegasteis al ministerio en 2006, y ya tuvisteis muy claro que la clave era la estrategia sistémica.
“Cuando llegamos al gobierno, los maestros tenían un ingreso salarial muy bajo y no tenían el aporte total a la seguridad social ni posibilidades de una buena jubilación. El presupuesto de Ecuador asignado al sector educación era muy deficitario. Más de un 90% del mismo se gastaba en salarios sin ninguna previsión de inversiones. No se había armado una verdadera política para destruir todas las barreras que impedían el acceso universal al derecho a la educación. En la práctica, era un sistema privatizado porque las familias debían hacer aportaciones “voluntarias” a las escuelas públicas para inversiones de pintura, de mobiliario o cosas similares por falta de inversión del estado. Por otro lado, nos encontrábamos en medio de una grave crisis económica, y las familias tampoco podían aportar dinero a la escuela. La Constitución del Ecuador define la educación pública como un “deber inexcusable del estado”, que debe garantizar una “escuela pública, laica y gratuita”. Estábamos ante una paradoja, el estado te obligaba a escolarizar a tus hijos, pero te ponía barreras infranqueables para conseguirlo. Entre otras muchas que ahora sería largo enumerar, estas fueron algunas de las situaciones más difíciles que nos encontramos al llegar al ministerio en 2006.
Es una situación bastante habitual en América Latina. Cuando alguien llega a un ministerio se encuentra con una serie de situaciones coyunturales muy duras que se deben solucionar, antes siquiera de pensar en la calidad educativa. Son problemas que vulneran el derecho a la educación. La mayoría de nuestros países no tiene solucionadas unas necesidades básicas que permitan construir un sistema educativo de calidad, por lo que hacerlo se convierte en una tarea de enorme complejidad”.
–Recuerdo que en tu TEDxRío de la Plata en 2017, al explicar la transformación educativa que impulsasteis desde el gobierno, mencionaste que convocasteis una consulta popular sobre vuestro programa educativo, al tiempo que se votaba para la presidencia de la República. Me gustaría que comentaras esta idea original de la consulta y también cuáles eran las prioridades de vuestra propuesta.
La idea de la consulta debemos situarla en la situación de Ecuador en 2006, en la que el país había perdido tres presidentes, que habían tenido que abandonar sus cargos, y nos habíamos quedado con vicepresidentes o presidentes del Congreso, encargados de los mandatos. La inestabilidad política era muy grande. Cuando, en 2006, el ministro de Educación, Raúl Vallejo, es convocado por el presidente Alfredo Palacio para hacerse cargo del ministerio, y éste conforma su equipo en el que yo recibí el encargo de viceministra, nuestra reflexión fue cómo podíamos sostener en el tiempo una política educativa, sin que cada vez que venga un ministro de educación refunde el ministerio. Es algo que pasa en todos los ministerios y en la mayoría de los países de nuestro entorno.
Nosotros retomamos ideas de anteriores ministros de educación que habían impulsado consultas educativas, como la denominada consulta educativa siglo XXI. Los ministros anteriores habían hecho esfuerzos para trazar rutas educativas a largo plazo, pero nuestra idea era cómo sostener en el tiempo un proceso sin que viniera un nuevo ministro y lo cambiara todo. Por eso, decidimos plantear al presidente una consulta popular, que surgiera de la discusión misma de la ciudadanía. Nuestro objetivo era conmover, y resalto este término, a las personas sobre el tema educativo. Percibíamos que la sociedad entendía que el tema de educación era un asunto de especialistas, del gremio y del propio ministro, pero no se veía como un problema ciudadano. Durante varios meses, promovimos mesas de discusión a lo largo de todo el país y estuvimos presentes en todos los territorios. Se trató de una convocatoria muy amplia: los líderes sociales de los territorios (somos multiculturales y multiétnicos por definición), las diferentes iglesias, las cámaras de producción, empresarios y la sociedad civil en su término más amplio; por supuesto, estaba convocada la educación pública, confesional y privada. Y también los cooperantes internacionales de aquellas organizaciones que apoyan en ámbitos educativos, como UNICEF y UNESCO, entre otras. Y con eso llegamos a ocho grandes ideas”.
–¿Cómo fue la respuesta que encontrasteis? ¿Fue muy reivindicativa? ¿Se plantearon propuestas constructivas? ¿Cómo viviste personalmente la respuesta de la sociedad?
“La vivimos con mucha alegría porque hubo mucho entusiasmo. Aunque ya se habían convocado otras consultas, el planteamiento que hicimos provocó que muchas personas pensaran que esta vez podía perdurar en el tiempo. Hubo bastantes voces coincidentes respecto a cubrir las necesidades básicas del sistema y a conseguir el acceso, la permanencia y la continuidad de los estudiantes. Se trataba de un camino contrario de la “escuela expulsiva”, como se la conocía entonces.
Identificamos ocho políticas muy simples porque las necesidades eran muy básicas. Algunos tacharon de obvia a esta propuesta, pero obvias eran las urgencias del sistema. Las cuatro primeras líneas de política reivindican la cobertura de los niveles educativos (infancia, básica, bachillerato y educación para adultos enlazada con la idea de aprendizaje a lo largo de la vida) y el porcentaje de éxito escolar que queríamos alcanzar en estos niveles. La quinta tenía que ver con la dotación de materiales y de infraestructuras del servicio educativo, que también incluía alimentación y uniformes, en algunos casos. La sexta política tenía que ver con la calidad y con los elementos que nos permitieran avanzar hacia ella. La séptima estaba centrada en la revalorización del rol del docente. Y la octava, la financiación que debía hacer sostenibles las siete políticas anteriores.
En agosto de 2006, comenzamos un proceso de difusión de las ocho políticas para pedir su apoyo en el plebiscito que se celebraría en noviembre. Nuestra petición era que esa política fuera sostenible durante los diez años siguientes para provocar un cambio educativo, más allá de quien fuera el presidente de la nación y de quien ocupara el ministerio de educación. El resultado fue que se aprobó mayoritariamente la consulta. Y lo llamativo es que salió elegido presidente Rafael Correa, que no era quien nos había puesto en el ministerio y nos pidió que lleváramos a cabo la tarea que había resultado aprobada en el plebiscito”.
La financiación es un tema clave, pero no es suficiente para provocar cambios profundos ¿cómo viviste este reto?
“También lo creo. La financiación no provoca necesariamente cambios. En nuestro caso, sí que necesitábamos un aumento importante porque ya había diferencias grandes respecto a la distribución de recursos en los presupuestos generales de la nación. Y así se estableció un incremento de manera progresiva. Pero adhiero a la idea de que, necesariamente, no todo es cuestión de dinero, y de que se debe analizar muy bien dónde vas a encontrar los resortes que hagan que el dinero esté mejor invertido. Te voy a poner un ejemplo, en 2006 la tecnología resultaba muy “sexy” para los ministros de educación en términos de crear la idea de una educación más moderna. En aquel momento, yo era muy crítica con estos planteamientos. Yo decía que, si resultaba que aun había escuelas que no disponían de pizarrón y lápiz y, sobre todo, de maestros que no sabían usarlos correctamente desde el punto de vista metodológico, cómo íbamos a entregar tecnología. Igual que si entregáramos un mapa, un globo terráqueo o una enciclopedia, las computadoras son elementos que ayudan al proceso de aprendizaje, pero en sí mismos no provocan mejoras. Nosotros decíamos que si querían hacerse fotos entregando tecnología, que lo hicieran, pero que no dijeran que eso iba a mejorar la calidad educativa. Especialmente porque los profesores tampoco sabían usarla. Han pasado catorce años, y las cosas han ido cambiando. A menudo ha sido algo decorativo sin vinculación efectiva con la mejora del aprendizaje. Cuando te entregan más presupuesto, puedes sucumbir a tentaciones como ésta, y encontrarte en disyuntivas como llenar de computadoras el sistema educativo o tener unos sanitarios que funcionen. En algunos territorios, te podías encontrar con baños que no iban bien, pero el alumno tenía un “laptop” en la mano”.
¿Cómo ha evolucionado tu pensamiento respecto a la colaboración entre lo público y lo privado?
“En 2012, promoví grupos de reflexión de rectores de colegios privados y públicos para que compartieran experiencias y se generara un aprendizaje en comunidad educativa. Hay cosas que funcionan muy bien en unos y en otros. A menudo se satanizan. A veces se dice que el sistema privado solo pretende recaudar en un contexto de servicio público, que se define sin ánimo de lucro. Por otro lado, del sistema público se dice que tiene profesores obsoletos y que no tiene la misma exigencia de calidad. Creo que poco a poco se ha ido extinguiendo esta visión maniquea. En los dos ámbitos te encuentras profesionales creativos, innovadores o proactivos en la creación de vínculos con la comunidad. Ni la calidad educativa es privativa del sector privado, ni la educación pública está caracterizada por ser problemática. Lo bueno es que ambos se enriquezcan mutuamente y seamos capaces de crear una comunidad educativa global.
Te pondré un ejemplo cercano a la realidad que conoces de Ecuador. Cuando llegué al gobierno, tuve muchos encuentros con el jesuita Pedro Niño de la Calzada, que estaba a la cabeza de Fe y Alegría, para pensar cómo ayudarlos para conseguir llegar a más lugares todavía, incluso a través de la radio. Son lugares donde no llega la cobertura digital, y sí la señal radiofónica. Entidades como Fe y Alegría son un muy buen ejemplo del compromiso de lo privado con lo público”.
–A menudo me encuentro una clara diferencia conceptual entre el mundo empresarial más dinámico, pero alejado del mundo escolar, y el sector de la educación, a la hora de pensar en cómo hacer cambios educativos y en su velocidad.
“Me parece que es muy difícil, en ocasiones, tratar de que los profesores produzcan ese quiebre que nos lleva hacia un pensamiento más flexible. Los docentes se habitúan a una determinada práctica y están aferrados a ella. Por naturaleza, los humanos tememos a los cambios. En el caso de muchos profesores latinoamericanos nos encontramos que están aferrados a sus prácticas y les cuesta mucho entrar en procesos de transformación. Por otro lado, la sociedad avanza mucho más rápido, como es el caso de la 4ª revolución social, industrial, económica… que nos está llevando por delante. Si no somos capaces desde la educación de repensar la institución escolar, y también la universitaria, ésta quizás mucho más todavía, y seguimos viendo las rutinarias clases jerárquicas, que se están reproduciendo dramáticamente a través de las pantallas en este periodo de pandemia, no conseguiremos romper con la poca conexión que existe entre lo que está sucediendo en las instituciones educativas y lo que pasa en el mundo real.
La sociedad, en general, y los empresarios, en particular, demandan jóvenes con cabezas creativas, emprendedoras, y que sean proponentes de soluciones con métodos poco convencionales. Estamos hablando de generaciones que están acostumbradas a un tipo de pensamiento, que no es el mismo del que tiene su profesor o su padre, básicamente por la diferencia que supone una formación analógica o la digital, que es la suya. La proporción de maestros proponentes de nuevos métodos es pequeña en el universo de nuestro sistema. La percepción actual es que nuestra educación continúa siendo muy clásica.
Muchas veces se dice que la educación es lo más importante que tenemos. Sin embargo, ni los gobernantes ni la sociedad actúan como si eso fuera así. Quiero reafirmar la idea de que la educación es lo único que le permite a un individuo tener esperanza de poder cambiar el círculo de pobreza, de conocer nuevos mundos o de proponer cosas distintas. La educación es esa esperanza que todo individuo debe tener y que no le debe ser negada a nadie. Y muchas veces, en nuestros pueblos, sigue siendo negada y sigue siendo un derecho que no se reivindica. Mientras en América Latina podamos tener y reforzar esa luz de esperanza, siempre existirá una puerta abierta para la transformación y para diseñar nuestros propios proyectos de vida”.
Gloria Vidal fue ministra de Educación de Ecuador (2010-2013), después de ser viceministra (2006-2010). Luego, fue nombrada Embajadora de su país en Argentina. Ha sido rectora de colegio, profesora universitaria y gerente de un banco. Presidió la Comisión Interamericana de Educación de OEA, el Convenio Andrés Bello, el Instituto Ecuatoriano de Crédito Educativo y Becas, y el Instituto Nacional de Evaluación, entre otros organismos nacionales e internacionales. Pero, por encima de todo, se define como profesora, que es lo que siempre quiso ser. Piensa que lo demás es transitorio en su vida y, sin embargo, ha trascendido por ser mamá de tres, esposa de Pierre, y una mujer que piensa, lee y escribe.
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